Hace ya más de dos años que asistí a aquel seminario de Josepe García en la Cámara de Madrid, "¿Quieres convertirte en empresario?", y no se me olvida. Me acuerdo que me dijiste: "Te veo desmotivada. Ve a ver a Josepe y por lo menos ya sabes que saldrás con las pilas cargadas". ¡Qué razón tenías, Rosa!
Cuando acabó el seminario me acerqué a saludar a Josepe y aprovechando que es un coach estupendo, le dije "Tengo un problema: no hago más que pensar en qué oferta de consultoría puedo lanzar por la que existan clientes dispuestos a pagar, y no la encuentro." Y Josepe estuvo rápido: "¡Error!" - me dijo - "Tienes que pensar en qué te apetece hacer a ti y lo demás vendrá rodado".
De pronto me quedé confusa. Me despedí de él y me fui. Salí de la Cámara, crucé la calle y me senté en la parada del autobús. Entonces empezaron a pasar cosas por mi cabeza... ¡empecé a entenderlo!
Llegó el autobús (estaba tan absorta en mis pensamientos que no sé ni cómo me di cuenta) y todo iba encajando en mi mente. Josepe había tocado el resorte adecuado en esos no más de 3 minutos de conversación. Un crack del "microcoaching".
Fue como esos pasatiempos que dicen "una los puntos numerados con una línea y aparecerá un dibujo". Efectivamente. Me di cuenta de que llevaba ya casi cuatro años tomando decisiones aparentemente inconexas: apuntarme a un curso, asistir a un acto, ponerme en contacto con alguien, incorporarme a un proyecto, tomar las riendas de otro... ¡No eran puntos inconexos! Al unirlos surgía un dibujo que marcaba con bastante nitidez el camino que ya estaba recorriendo. Sólo me había despistado y andaba sin brújula.
Ese día aprendí que dar un giro a tu vida no implica romper con el pasado. Entendí que llevaba puesta una mochila llena de recursos que me servían. Mi pasado pasó a ser mi aliado.
Cuando me desanimo (que ya sabes, Rosa, que ocurre a veces) me acuerdo de aquel soleado día de mayo y mi conversación con Josepe. Y me aplico el cuento.
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