sábado, 23 de julio de 2011

El valor del trabajo



Oye, Rosa, si tuvieras que ponerle precio a tu trabajo ¿qué precio le pondrías? … ¿“El máximo que estén dispuestos a pagarte por él”? Bien, esa es la regla de la economía de mercado, el clásico juego de oferta y demanda. Pero ahora imagina que tú también eres quien debe decidir cuánto puedes o debes pagar por ese mismo trabajo, para cumplir unos objetivos determinados y con un presupuesto limitado. Es decir, te propongo que te imagines a ambos lados de una mesa imaginaria de negociación y que el producto a negociar sea tu trabajo. Difícil, ¿no?
Pues ése es, a mi juicio, el mayor reto de los emprendedores y los profesionales por cuenta propia. Cuando trabajas para una empresa y tu remuneración consiste en un salario mensual más beneficios sociales no te haces esa pregunta con frecuencia. Estás o no estás “bien pagada” y simplemente haces tu trabajo (el que te toque) de acuerdo a unas reglas más o menos establecidas. Tu salario (si no ocurre nada que lo impida) llegará el día esperado a tu cuenta corriente, y posiblemente siempre querrás aspirar a ganar más.
Sin embargo, cuando tú eres tu jefa, y además eres la responsable de Diseño y Producción, Compras, Administración, Marketing, Finanzas y Ventas, todo depende de ti: el producto, la oferta y su precio. Todo un reto. Y no te queda más remedio que reflexionar sobre cuánto vale realmente tu trabajo.
Yo creo que este periodo de incertidumbre y de carestía económica es buen momento para que todos reflexionemos sobre lo que aportamos con nuestro trabajo a la sociedad (cada uno el suyo), su valor real y, en consecuencia, el que debería ser su justo precio en la coyuntura económica en la que nos toca vivir. Todos deberíamos saber siempre con una cierta aproximación cuánto vale nuestro trabajo, y no confiar sólo en los vaivenes del mercado.
Hace unos días pude ver en TV a Isidre Fainé, Presidente de CaixaBank, alardeando irónicamente acerca de los sueldos de los directores de los bancos. Decía el Sr. Fainé que la sociedad se interesa demasiado por los sueldos de los banqueros mientras que nadie se queja de las millonadas que cobran los futbolistas. Me pareció insultante, qué quieres que te diga, sobre todo por el tono con el que lo dijo. Personalmente, no me gusta la escalada de millones que arrastra el fútbol, pero la comparación me pareció, cuando menos, inapropiada. Leí después en internet que el Sr. Fainé es de los "grandes banqueros" menos remunerados, porque con sus casi 3 millones de euros (nominales) está muy lejos de los más de 9 millones de Alfredo Sáenz del Santander o de los más de 5 millones de Francisco González del BBVA. Igual lo decía por eso...
Fíjate, un salario de 3.000.000 de euros brutos al año es, más o menos, el equivalente a 130.000 euros netos al mes. Teniendo en cuenta que el salario mínimo en España es de 641 euros, un sueldo “modesto” de banquero es unas 200 veces superior al de un obrero. O, más fácil, es más de 100 veces el sueldo de un mileurista (ese “afortunado” ser que tiene trabajo y cobra lo justito para vivir al mes). No quiero quitar mérito a nadie por su trabajo y por la justa remuneración que le corresponda y, además, debe haber diferencias sustanciales entre sueldos según aportación, capacitación y responsabilidades pero ¿no es un poco extrema esta diferencia? Y, sobre todo, ¿en qué punto entre esos dos extremos está el equilibrio entre el trabajo y lo que se debería pagar por él?
Creo que si todos hiciéramos el sano ejercicio de calcular – en serio, objetivamente – cuánto se nos debería pagar en justicia por el trabajo que hacemos, aprenderíamos a valorar mejor nuestra actividad laboral o profesional, comprenderíamos mejor la relación entre el trabajo y su remuneración, y seríamos un poco más prudentes y más sabios al hablar de dinero.

lunes, 18 de julio de 2011

¿Me entiendes?

No pude asistir al congreso de responsabilidad social empresarial de Zaragoza el pasado junio, pero mi amiga Beatriz me mantenía informada. Me contó que allí se dijo que uno de los mayores retos que se le plantean a los que trabajamos en esto es que “la sociedad no termine de entender el concepto de responsabilidad social empresarial”.

¡Pues estamos listos!, pensé yo. O sea, que unos cuantos cientos de profesionales que estamos tratando de explicar “el concepto” a la sociedad tenemos que afrontar el problema de que “la sociedad no nos entienda”. A ver si el problema va a ser que nosotros no nos sabemos explicar…

Esa afirmación me recuerda al presuntuoso y poco educado “¿me entiendes?” de Belén Esteban en la televisión. A mí me han enseñado desde pequeñita que cuando explicas algo a alguien, para saber si te está entendiendo no le debes preguntar si te entiende (es como tomarle por tonto) sino comprobar si te estás explicando correctamente. Es decir, en lugar de “¿me entiendes?”, es preferible decir “¿me explico?”

Pues eso, que el verdadero reto de los que tratamos de explicar de qué va esto de la responsabilidad social en las empresas, en las organizaciones y en la sociedad, no es ése que se decía en Zaragoza sino otro: hacernos entender. Claro que lo primero que necesitamos es entenderlo nosotros mismos. Y a menudo, te lo aseguro, Rosa, llegas a hacerte un lío y te replanteas tus principios y los porqués de tu propio trabajo.

Una vez que nosotros mismos entendemos lo que hacemos, por qué lo hacemos y adónde queremos llegar con ello, lo siguiente que tenemos que hacer es ponernos en el lugar de los que nos escuchan y hacernos entender. A mí me parece de sentido común.

Y si al final los que nos escuchan no nos entienden, será por una de dos razones: O nos explicamos mal o simplemente lo que contamos no es tan importante ni tan claro como nos parece.

Yo creo que en todo esto sobra autocomplacencia y falta capacidad de escucha y empatía con la sociedad. Las personas saben lo que quieren, Rosa, y entienden bien lo que bien se explica.

¿Tú me entiendes, verdad?